Arte del 1%

¿Quienes son los mecenas del arte contemporáneo hoy?

by
Andrea Fraser

From Adbusters #100: Are We Happy Yet?

¿Quienes son los mecenas del arte contemporáneo hoy? La lista en ARTnews de los 200 Mayores Coleccionistas es un lugar obvio por el que comenzar. Cercano a la parte de arriba de la lista por orden alfabético se encuentra Roman Abramovich, que según estimaciones de Forbes está valorado en $13.4 billones de dólares.

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Ha admitido haber pagado billones de dólares en sobornos para controlar los activos de petróleo y aluminio rusos. 

Bernard Arnault, que ha sido listado por Forbes como el cuarto hombre más rico del mundo, con 41 billones de dólares, controla el grupo de bienes de lujo LVMH el cual, a pesar de la crisis de la deuda, obtuvo una subida de un 13% en las ventas en la primera mitad del 2011. El gestor de “hedge funds” John Arnold, que empezó en Enron – donde recibió un bonus de 8 millones de dólares justo antes de que quebrara – dio recientemente 150.000 dólares a una organización que buscaba limitar las pensiones públicas. Eli Broad, miembro del consejo de administración de MoMA, MoCA y LACMA vale 5.8 billones de dólares y fue miembro de la junta directiva y principal accionista de la notoria AIG. Steven A. Cohen, cuyo valor se estima en 8 billones de dólares, es el fundador de SAC Capital Advisors, que está siendo investigada por tráfico de información privilegiada. Dimitris Daskalopoulos, miembro del consejo de administración del Guggenheim y también presidente de la Hellenic Federation of Enterprises, pidió que se hiciera una “inciativa privada moderna” para salvar a la economía Griega de un “estado de patrocinio” “abotargado y parasitario”. Otro miembro del consejo de administración David Ganek, cerró recientemente su “hedge fund” Global Level de 4 billones de dólares después de una redada del FBI.

Soccer Ball, $399.95

$399.95

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Soccer Ball, 2003
TAKASHI MURAKAMI

Noam Gottesman y su anterior compañero Pierre Lagrange (también en la lista ARTnews) ganaron 400 millones de libras cada uno vendiendo su hedge fund GLG en 2007, lo que les hizo “figurar entre los mayores ganadores de la crisis crediticia”, según el Sunday Times. El director del “hedge fund” Kenneth C. Griffin apoyó a Obama en 2008 pero dio recientemente 500,000 dólares a un comité de acción política creado por el que fuera consejero de Bush, Karl Rove, que fue visto también en una reunión de la derechista y populista Koch Network. Los 100 millones de dólares en compensación para Hill en 2009 llevó a que Citigroup vendiera su sección Philbro, de la que él era el mayor inversor (trader) después de recibir presiones de los reguladores para que redujese su salario y teniendo en cuenta que Citigroup recibió $45 billones de dólares en fondos de rescate federales de los EE.UU (posteriormente movió la compañía a un paraíso fiscal). Damien Hirst, estimado por el Sunday Times en 215 millones de libras, es uno de los pocos artistas que han hecho listas de ricos junto con sus patrocinadores. Peter Kraus reunió 25 millones de dólares sólo por tres meses de trabajo cuando su paquete de despedida lo obtuvo de la venta de Merrill Lynch al Banco de America con la ayuda de fondos del gobierno de EE.UU. Los ingresos de Henry Kravis, presidente de MoMA y compañero en el neoconservador Hudson Institute, defendió recientemente el “capitalismo anglosajón” contra “la política social capitalista europea” en Forbes.com. Daniel S. Loeb, un miembro del consejo de administración de MoCA y fundador del hedge fund Third Point estimado en 7.8 billones de dólares, envió una carta a los inversores atacando a Obama por “insistir en que la única solución a los problemas de la nación… reside en la redistribución de la riqueza.” Dimitri Mayrommatis, el gestor de activos griego “asentado en Suiza”, pagó 18 millones de libras por un Picasso en Christie’s el 21 de Junio de 2011, mientras los griegos se manifestaban indignados contra las medidas de austeridad. Por supuesto también está Charles Saatchi, quien ayudó a que Margaret Thatcher fuera elegida.

Untitled, $912,000

$912,000

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Untitled, 1990
ROBERT GOBER

El presidente de la empresa MoMA, Jerry Speyer eludió el pago de una inversión inmobiliaria en 2010, perdiendo 500 millones de dólares para el Fondo de Pensiones del Estado de California y hasta 2 billones de dólares en deuda que había sido asegurada por agencias federales de los EE.UU. Reinhold Würth, valorado en $5.7 billones de dólares, ha sido multado por evasión fiscal en Alemania y compara el pagar impuestos con la tortura. Recientemente adquirió Virgin of Mercy (La virgen de la Misericordia) de Hans Holbein el Joven, pagando el precio más alto por una obra de arte en Alemania y superando el Städelsche Kunstinstitut en Frankfurt/Main, donde la pintura ha estado expuesta desde el año 2003.

En medio de una crisis económica, el mundo del arte está experimentando un boom de crecimiento en el mercado que ha estado mayormente ligado al crecimiento de los High Net Worth Individuals (HNWI) (individuos con un patrimonio neto elevado) y Ultra-HNWI (personas con más de 1 millón de dólares o 30 millones respectivamente), especialmente de la industria financiera. Un informe reciente realizado por Art+Auction llegó a celebrar indicadores de que estos grupos se estaban recuperando de su caída en 2008  en la pre-crisis. Sin embargo, hasta hace poco, ha habido pocas discusiones acerca del vínculo obvio existente entre la expansión global del mundo del arte y la creciente disparidad de los ingresos de las personas. Basta echar un vistazo al índice GINI, una medida de la desigualdad salarial, que muestra que los países con los boom en el arte más significativos de las dos últimas décadas también han experimentado el mayor crecimiento en desigualdad: EE.UU, Gran Bretaña, China e India. Las últimas investigaciones en economía han establecido una conexión directa entre la exorbitante subida de los precios del arte y la desigualdad salarial, mostrando que “una subida del uno por ciento en la cotización de los ingresos totales que recibe el 0,1%, desencadena un incremento en los precios del arte en un 14%”. Ahora es dolorosamente obvio que lo que ha sido extraordinariamente bueno para el mundo del arte en las últimas décadas ha sido desastroso para el resto del mundo.

En los EE.UU es difícil imaginar cualquier organización artística o prácticas que escapen a las estructuras económicas y a las políticas que han producido esta desigualdad. El modelo privado sin ánimo de lucro –en el que se encuentran casi todos los museos en EE.UU así como las organizaciones de arte alternativas- depende de donantes adinerados y sus orígenes están anclados en la misma ideología que condujo a la presente crisis económica: que las iniciativas privadas son más adecuadas para satisfacer las necesidades sociales  que el sector público y que las riquezas son mejor administradas por los ricos. Aun fuera de las instituciones, los artistas comprometidos en prácticas basadas en la comunidad local y en prácticas sociales cuyo objetivo es proporcionar beneficio público en tiempos de austeridad, quizás sólo estén llevando a cabo lo que George H.W Bush pedía cuando imaginaba a voluntarios y a organizaciones comunitarias extenderse como “miles de puntos de luz” tras recortar el gasto público.

Artistas progresistas, críticos y curadores se enfrentan a una crisis existencial: ¿cómo podemos seguir justificando nuestra implicación en esta economía del arte? Como mínimo, si nuestra única elección es participar o abandonar por completo el campo artístico, podemos parar de racionalizar esa participación en nombre de prácticas artísticas críticas o políticas o – “añadiéndole insultos a la herida”- de justicia social. Cualquier alegato que afirme que representamos una fuerza social progresista mientras que nuestras actividades están subvencionadas directamente y se benefician de los motores de la desigualdad, sólo pueden contribuir a la justificación de esa desigualdad. La única “alternativa” verdadera hoy es reconocer nuestra participación en esta economía y confrontarla de manera abierta, directa e inmediata en todas nuestras instituciones, incluyendo museos, galerías y publicaciones. 

Larmes tears, $1,300,000

$1,300,000

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The most expensive photograph in the world
Larmes tears, 1932
MAN RAY

A pesar de la abundancia de la retórica política radical en el mundo del arte, reinan la censura y la auto-censura cuando se trata de confrontar nuestras condiciones económicas, excepto en arenas marginalizadas (a menudo auto-marginalizadas) en donde no hay nada que perder -y poco que ganar- cuando se trata de hablarle al poder sobre la verdad. 

Efectivamente, la hipocresía de las reivindicaciones progresistas en el arte quizás contribuya a la sospecha de que la política progresista es sólo una artimaña de las élites educadas para preservar sus privilegios. En nuestro caso, esto quizás sea cierto. De forma creciente, parece que la política en el mundo del arte es una política de la envidia y de la culpabilidad, o del interés personal generalizado en nombre de una privilegiada y limitada forma de autonomía y que la “crítica” artística casi siempre sirve no para revelar sino para distanciar estas condiciones económicas y nuestra inversión en ellas. Como tal, es una política que funciona para defender de las contradicciones que si no, pueden hacer que nuestra continua participación en el campo del arte y el acceso a sus considerables recompensas -que a muchos de nosotros nos ha colocado cómodamente entre el 10%, si no en el 1% o hasta en el 0.1%- sea insoportable.

Una amplia reorientación del discurso artístico podría ayudar a precipitar una muy esperada escisión del sub-campo de galerías, casas de subastas y ferias de arte que están dominadas por el mercado. Si una huída del mercado del arte significa que los museos públicos se contraen y los coleccionistas ultra-adinerados crean sus propias instituciones controladas de forma privada, que así sea. Dejemos que esas instituciones privadas sean las cámaras del tesoro, que sean espectáculos de parques temáticos y freak shows económicos; muchos de ellos ya lo son. Que el mundo del arte dominado por el mercado se convierta en el negocio de bienes de lujo que ya es, siendo lo que por él circula tan lejano al arte verdadero como los yates, los jets y los relojes. Ya es hora de que comencemos a evaluar si logran satisfacer o fracasan en satisfacer las reivindicaciones políticas o críticas a nivel de sus condiciones económicas o sociales. Debemos insistir en que lo que las obras de arte crean a nivel económico determina lo que significan socialmente y también artísticamente.

Si nosotros, como curadores, críticos e historiadores del arte y artistas retiramos nuestro capital cultural de estos mercados, tenemos el potencial de crear un nuevo campo artístico en donde puedan desarrollarse formas radicales de autonomía: no como “alternativas” secesionistas que existen sólo en las declaraciones grandiosas y en el pensamiento mágico de artistas y teóricos, pero como estructuras plenamente institucionalizadas que con la “adecuada  magia social de las instituciones” serán capaces de producir, reproducir y recompensar valores no-comerciales.

Andrea Fraser es una artista y profesora en el departamento de arte en la Universidad de California- Los
Angeles. Esta es una versión revisada de un ensayo publicado originalmente en Texte zur Kunst, número.83, Septiembre de 2011.

Translated by the Translator Brigadestranslatorbrigades@gmail.com

Occupied Economy

A brief history of the first corporate century.

by
Carl Safina

From Adbusters #100: Are We Happy Yet?

Occupied Economy

CHRISTOPH GIELEN

This morning I was pulling poison ivy. It looked like I was up against the withering prospect of pulling more than a hundred individual plants. But I found that if I dug my gloved finger to the root and gently tugged, I could trace it through other roots and stems in my neglected garden, then fairly easily zip out whole tracts of the stuff. Without pulling a single individual plant, tugging up the root dislodged all the ones I could see and a lot that I hadn’t seen in the tangle of vegetation. When I was a teen I yearned to travel America to see “how other people live.” Now, basically, you can see how they live from wherever you happen to be. The same advertising, the same chain stores, and the same TV, radio and print conglomerates have largely replaced America with the same repeating road-stop strip mall, from sea to shining sea. Everyone’s head throbs with the same songs, and young people “relate to” the same handful of company logos and media characters. Corporate “news” reports on how the actual people who play fictional characters are faring in their reproduction and rehab. As I was freeing my American garden from toxic infestations, my mind drifted to the image of the chain stores along a highway, each strip mall a sprig of leaves, connected by an unseen cable of root. I imagined that I was driving cross-country on a big interstate highway, pulling up chain stores as I went along, helping free up a land strangling in a rash of sameness.

Modern corporations were essentially illegal at the founding of the United States (the colonists had had enough of British corporations). In the new country, corporations could form, raise public capital, and share profits with stockholders only for specified activities that benefited the public, such as constructing roads or canals. Corporate licenses were temporary. Corporations were forbidden from attempting to influence elections, lawmaking, public policy, or civil life. Imagine.

But from the beginning, corporate-minded men chafed for power, prompting Thomas Jefferson to write in 1816, “I hope we shall … crush in its birth the aristocracy of our moneyed corporations, which dare already to challenge our government to a trial of strength and bid defiance to the laws of our country.”

For the first century after the American Revolution, legislators maintained control of the corporate chartering process. Then they essentially lost it as a series of court decisions established corporate “rights” and corporate “personhood.” These laws have been catastrophic for democracy, with planetary implications.

Corporate globalization has been called “the most fundamental redesign of social, economic, and political arrangements since the Industrial Revolution.” Corporations have swept real economic and political power away from governments. Of the hundred wealthiest countries and corporations listed together, more than half are corporations. ExxonMobil is richer than 180 countries – and there are only about 195 countries. Without the responsibilities or costs of nationhood, corporations can innovate and produce at unprecedented speed and scale. Yet they can also undertake acts of enormous environmental destruction and report a profit.

The behavior of corporations arises from their wide freedom of action and their limited liability for harms caused. Further, shareholders “own” and profit by the corporation, but “limited liability” means shareholders can lose no more than the money invested; they aren’t held responsible for anything the corporation does. If they were, stockholders might know what companies they “own” and why. They might demand corporate responsibility. They might invest more carefully. But because they’re not, they don’t.

Further, if a corporation can make a larger profit by wrecking a community, the law says it must. Perhaps the most famous case in corporate law was decided in the Supreme Court of Michigan in 1919 when Henry Ford got sued by the Dodge brothers (yes, those Dodge brothers). Ford wanted to plow profits back into the company and its employees. “My ambition is to employ still more men,” the New York Times quoted Ford as saying, “to spread the benefits of this industrial system to the greatest possible number, to help them build up their lives and homes. To do this we are putting the greatest share of our profits back in the business.” The judges posed a short question: What is a corporation for? The judges answered themselves by saying corporations are “primarily for the profit of the stockholders.” Not for the benefit of employees or community. Corporate managers – regardless of personal scruples or desire to “do good” – are forced to always put profits first.

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The profit-maximization imperative creates continuous pressure to dump waste in the public commons and to shift the resulting costs to the public through subsidies, tax-funded pollution cleanups, and such. Where dumping waste is illegal, corporations may be fined for violations. Such fines often become “a cost of doing business,” while shareholders know that corporations never get sent to jail, and that some are “too big (to be allowed) to fail.” To the extent that governmental regulations get annoying, corporate appetites engulf those too, backing and basically installing cooperative elected officials, then coercing the removal of regulatory “barriers” (formerly: “public protections”).

However, we can envision how a more public-minded government might deal with risk-prone corporations. In Wold War II, the US government seized control of certain German companies inside the United States. Obviously, it wouldn’t do to have German chemical plants on American soil while we were engulfed in war with Germany. The companies were not destroyed, just controlled by the government for a while; some still exist. When U.S. automakers got into serious trouble and went into bankruptcy in 2009, the federal government stepped in to control management for a while. These weren’t punitive moves exactly, but one can imagine ways in which corporations acting as bad citizens might have to do some time with, say, their stocks frozen – no trading, maybe – while a government of the people does a little potty training with the executives.

In real life as we know it, the profit-maximization imperative means that any company seeking to act responsibly incurs a competitive disadvantage. The implications are generally a cascade of catastrophes because essentially all the money in the world is thus under pressure to act irresponsibly. Any other impulse must buck that tide.

The corporations’ central tenet of faith, their object of worship, their grail and their gruel: growth. Growth fueled by continually unearthing new resources and cheaper labor. Growth fed by raising and fattening new consumers. Growth had historically resulted from technical progress and growing population. It became a central pursuit of government policy mainly after World War II.

But Planet Earth cannot grow. Not any faster than it accumulates stardust, anyway. If the economy “grows” while resources like water, forest, and fish are being depleted, it’s not growth: it’s just blowing more bubbles. Yet because our economic system shows unconditional love for growth, it doesn’t ring alarm bells over bubbles. But count on this: the bigger the bubble, the worse the burst.

The first corporate century, the 20th, was a period of explosive growth. Despite as many as 150 million human beings killed in warfare between 1900 and Y2K, the world population quadrupled. Energy use increased sixteen-fold. The fish catch – which peaked in the late 1980s – increased thirty-fold. The sheer amount of stuff used annually flies in flocks of zeros that defy comprehension: 275,000,000 tons of meat, 370,000,000 tons of paper product, et cetera. Incredibly, of all the earthly materials that human hands have ever transformed, fully half of that material transformation has occurred since World War II.

“It is impossible for the world economy to grow its way out of poverty and environmental degradation,” writes the resource-minded economist Herman Daly, because the economy is a “subsystem of the earth ecosystem, which is finite, non-growing and materially closed.”

And economists think the solution to our problems is more growth? We’ve been terribly misled. But more development – that’s a different proposition. “Grow” means to increase in size by adding. "Develop" means to realize potentials, to make better.

Because the world is pretty much fully tapped, growth now threatens development. In a postgrowth world, we’d measure things like community and satisfaction. We’d replace the feverish tail chase of the material with life, liberty, and the pursuit of happiness. Those come from development, not from growth. Let’s not confuse the two.

During challenging ocean conditions, certain sea jellies “de-grow.” They don’t just lose fat or slim down; they actually lose cells and simplify structures. When times are good, they regrow. Because they are adding new cells and regrowing structures (not just replumping), they are actually rejuvenated – younger than they were. On the other end of the scale, Edward Abbey long ago observed that growth for the sake of continuous growth is the strategy of cancer. Knowing what we now know, it appears that the world can’t produce enough to grow our way out of poverty. But we could certainly shrink our way out.

Carl Safina is a MacArthur fellow and host of the PBS television show Saving the Ocean. This essay originally appeared in his book The View From Lazy Point.

El final del Modelo Consumista

Un imperativo político y económico.

by
Bernard Stiegler

From Adbusters #99: The Big Ideas of 2012


Nick Whalen

Escribo estas reflexiones en medio de los debates políticos y económicos que están teniendo lugar en todo el mundo sobre la necesidad de poner en práctica planes de estímulo que permitan limitar los efectos destructivos de la Primera crisis económica planetaria del mundo capitalista.

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En estos debates, se habla de “estímulos a la inversión” y “estímulos al consumo” en términos opuestos, confundiéndose dos cuestiones diferentes, cuestiones que requieren de un tratamiento simultáneo, pero en función de escalas temporales distintas. Esto implica una gran dificultad, que se hace mayor al considerar el hecho de que la actual crisis está anunciando el fin del modelo consumista.

Aquellos que defienden la estimulación del consumo como el camino para la recuperación económica no quieren ni oír hablar del fin de la era consumista. Por otro lado, los defensores del estímulo de la inversión tampoco están más dispuestos a cuestionar el modelo industrial basado en el consumo. La versión francesa del “estimulo a la inversión” (que se hace más sutil cuando viene de boca de Barack Obama) argumenta que la mejor manera de salvar el consumo es a través de la inversión. Es decir, mediante la restauración de la “rentabilidad”, que generará a su vez la restauración del propio dinamismo empresarial fundado sobre el consumismo, así como sobre su equivalente, el productivismo impulsado por el mercado.

En otras palabras, esta “inversión” no es capaz de generar una visión a largo plazo que permita extraer alguna lección de la caída de un modelo industrial basado en aspectos como: la automoción, el petróleo y en la construcción de redes de carreteras, así como en las redes herzianas de las industrias culturales. Este conjunto ha formado, hasta fechas recientes, la base del consumismo, sin embargo es un conjunto que hoy ya está obsoleto, hecho que quedó patente durante el otoño de 2008. Hablando con franqueza, esta “inversión” no se puede considerar como tal; es, por el contrario, una falta de inversión, una abdicación que consiste en no hacer nada más que esconder la cabeza como el avestruz.

Esta “política de inversión”, que no tiene más objetivo que la reconstitución del modelo consumista, es la traducción de una ideología moribunda. Es un intento desesperado de prolongar lo máximo posible la vida de un modelo que se ha convertido en autodestructivo, negando y ocultando, al máximo, el hecho de que el modelo consumista es, actualmente, enormemente tóxico (una toxicidad extendida mucho más allá de la cuestión de los “activos tóxicos”) porque ha alcanzado sus límites. Esta negativa a aceptar la toxicidad del modelo consumista se explica por el intento de mantener, durante el mayor tiempo posible, los beneficios colosales que pueden ser acumulados por aquellos que son capaces de explotar la toxicidad del consumismo.

El modelo consumista ha alcanzado sus límites porque se ha vuelto cortoplacista por naturaleza, ha dado lugar a una estupidez sistémica que impide la reconstrucción del horizonte del largo plazo. La manera de llevar a cabo la “inversión” no se ha basado en otros criterios más que la mera contabilidad: esta inversión se ha convertido en un puro y simple restablecimiento del estado anterior de las cosas, intentando reconstruir el tejido industrial sin modificar un ápice su estructura, y sin siquiera poner en cuestión sus axiomas, todo ello con la esperanza de mantener los niveles de ingresos que han podido ser alcanzados hasta la fecha.

Esa será la esperanza, el anhelo, pero lo que se plantea son los falsos anhelos de las avestruces. El verdadero objeto de debate a plantear a raíz de la crisis debería ser cómo superar el corto plazo al que nos ha conducido un consumismo intrínsecamente destructivo de toda verdadera inversión, un corto plazo que se ha convertido, por la propia aplicación rigurosa del mismo, y no de manera accidental, en la descomposición de la inversión en especulación. El anhelo debería ser la inversión en el futuro, ése debería ser el anhelo.

Es tan urgente como legítimo considerar si es oportuno que estimulemos el consumo y la maquinaria económica, con el doble objetivo de evitar una catástrofe económica de grandes proporciones, y de atenuar la injusticia social generada por la crisis. La razón es que esta política de fomento del consumo no sólo está agravando la situación en millones o miles de millones de euros y de dólares, sino que también está enmascarando el verdadero problema, que es generar una visión y voluntad política que permita transitar del modelo económico político del consumo, hacia un modelo basado en una inversión diferente. Este nuevo modelo de inversión debe ser una inversión social y política o, en otras palabras, una inversión basada en el deseo común, lo que Aristóteles llamaba philia, y que formaría la base de un nuevo tipo de inversión económica.

Existe una clara contradicción entre dos posturas:

  • la absoluta urgencia que obviamente viene fijada por el imperativo de salvar la situación actual, evitando cambiar la crisis económica por otra crisis política que pueda desatar conflictos militares de dimensiones globales.
  • y la absoluta necesidad de generar un futuro potencial, en términos políticos y sociales, que sea capaz de romper con la situación actual. Esta contradicción es característica de los sistemas dinámicos (en este caso, el sistema industrial y el sistema capitalista global), una vez que el sistema dinámico ha comenzado a mutar.

El problema de identificar en qué consiste precisamente esta mutación se trata de una cuestión tanto política como económica, una cuestión de política económica; y, por tanto, de saber a qué opciones políticas, pero también industriales, nos conduce. La cuestión está en identificar cuáles son las nuevas políticas industriales que esta nueva situación requiere.

Sólo esa respuesta será capaz de tratar de manera simultánea estas dos cuestiones: la cuestión sobre qué pasos inmediatos y urgentes son necesarios para salvar el sistema industrial, y cómo esos pasos deben ser dados dentro de un cambio económico y político que nos lleva a una revolución. Ya que cuando un modelo se agota, en su devenir se transforma, y si sólo en esa transformación puede evitar la destrucción total, esa transformación implica una revolución.

Bernard Stiegler aprendió filosofía de manera autodidacta durante su estancia en prisión por robo a mano armada, entre 1978 y 1983. Desde entonces se ha convertido en uno de los principales filósofos tecnológicos franceses. Este artículo ha sido adaptado de su reciente libro (traducción directa del título en inglés): “Por una Nueva Crítica de la Economía Política” (For a New Critique of Political Economy).

Translated by the Translator Brigadestranslatorbrigades@gmail.com

Incarcération Totale

Avec les compliments du pays de la liberté.

by
Tzvetan Todorov

From Adbusters #98: American Autumn

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Dans les prisons américaines éparpillées dans les pays du monde en dehors des États-Unis, les prisonniers sont régulièrement violés, pendus à des crochets, sujets à la torture par eau ou le ‘waterboarding’, brûlés, attachés à des électrodes, privés d’eau, de nourriture ou de médicaments, attaqués par des chiens ou battus jusqu’à ce que leurs os se brisent. Quand ils sont sur des bases militaires américaines ou sur un territoire américaine, ils sont sujets à une privation sensorielle ou d’autres maltraitements systématiques des sens. On leur met un chapeau pour qu’ils n’entendent rien, un cagoule pour qu’il ne voient rien, des masques chirurgicaux pour qu’ils ne sentent rien, des gants épais pour neutraliser leur sens du toucher. Ou bien, on leur inflige du “bruit blanc”, des bruits violents alternant avec des silences complets en intervalles irrégulières. Ils s’ont empêchés de dormir, sois en ayant une forte lumière électrique allumée jour et nuit, sois en les interrogeant pendant des périodes qui peuvent parfois durer 24 heures, pendant 48 jours successifs. Ou bien ils sont forcés à passer à des températures extrêmement froides à des températures brûlantes et vice versa. Aucune de ses techniques, il est prétendu, ne provoque la “détérioration des fonctions physiques” qui les caractériseraient de torture.

Tzvetan Todorov, La Peur des Barbares

Traduit par Julie Cornu.

La Résistance Vivante

Le combat vient tout juste de commencer.

by
Hakim Bey

From Adbusters #98: American Autumn


CARLOS VERA/REUTERS

CES RATS, CES BATÂRDS, CES VERMINES DE CAPITALISTES qui nous disent de “tendre la main et toucher quelqu’un” avec un téléphone ou bien “d’être là !” (ou ça ? tous seuls devant une foutue télévision ?) — ces astucieux tentaculifères essayent de vous transformer en petit rouage insignifiant, blême et froissé, coincé dans la machine à mort de l’âme humaine (et ne nous chamaillons pas sur le sens théologique du mot “âme” !)

Combattez-les en vous assemblant avec vos amis, par pour consommer ni produire mais pour profiter de l’amitié, et vous triompherez (au moins pour un instant) contre la conspiration la plus pernicieuse en cette société euro-américaine d’aujourd’hui — la conspiration qui aspire à vous transformer en cadavre ambulant galvanisé par la prosthèse et la peur de l’insuffisance …

… pour vous transformer en fantôme hantant votre propre cerveau.

Traduit par Julie Cornu.

This article is available in: English and French

Living Resistance

The battle has just begun.

by
Hakim Bey

From Adbusters #98: American Autumn

Living Resistance: The battle has just begun

CARLOS VERA/REUTERS

The rat-bastard Capitalist scum who are telling you to “reach out and touch someone” with a telephone or “be there!” (where? Alone in front of a goddam television??) — these lovecrafty suckers are trying to turn you into a scrunched-up blood-drained pathetic crippled little cog in the death-machine of the human soul (and lets not have any theological quibbles about what we mean by “soul”!).

Fight them by meeting with friends, not to consume or produce, but to enjoy friendship and you will have triumphed (at least for a moment) over the most pernicious conspiracy in EuroAmerican society today — the conspiracy to turn you into a living corpse galvanized by prosthesis and the terror of scarcity …

… to turn you into a spook haunting your own brain.

This article is available in: English and French

Total Incarceration

Compliments of the land of the free.

by
Tzvetan Todorov

From Adbusters #98: American Autumn

Total Incarceration

In American prisons scattered across the various countries of the world, but outside the United States, prisoners are regularly raped, hung from hooks, subjected to waterboarding, burned, attached to electrodes, deprived of food, water or medicine, attacked by dogs, or beaten until their bones are broken. When on American military bases or on American territory, they are subjected to sensory deprivation or other systematic mistreatment of the senses. A hat is put on them to stop them from hearing anything, a hood to stop them seeing anything, surgical masks to prevent them being able to smell, thick gloves to neutralize their sense of touch. Or they have “white noise” inflicted on them, or else violent noise and total silence alternate at irregular intervals. They are prevented from sleeping, either by having a strong electric light kept on day and night, or by subjecting them to interrogation that can last for up to 24 hours at a time, for 48 days in succession. Or they are forced to pass from extreme cold to extreme heat, and vice versa. None of these techniques, it is alleged, cause the “deterioration of bodily functions” that would constitute torture.

Tzvetan Todorov, The Fear of Barbarians

Rural> Ciudad> Ciberespacio

Spanish translation of an excerpt from Nicholas Carr’s The Shallows.

by
Nicholas Carr

From Adbusters #99: The Big Ideas of 2012


Lao P. Xia Xiaowan

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A lo largo de los últimos 20 años, una serie de estudios psicológicos han revelado que después de pasar un periodo de tiempo en un entorno rural tranquilo, cercano a la naturaleza, las personas presentan una mayor atención, mejor memoria y generalmente una mejor cognición. Sus cerebros devienen más calmados y más agudos. La razón, según la teoría de la restauración de la atención o ART, es que cuando las personas no están siendo bombardeadas con estímulos externos, sus cerebros pueden, efectivamente relajarse. Ya no tienen que poner a prueba la operatividad de su memoria procesando un flujo constante de distracciones. El estado contemplativo resultante refuerza su habilidad para controlar sus mentes.

Los resultados más recientes de dicho estudio fueron publicados en Psychological Science a finales de 2008. Un equipo de investigadores de Michigan liderados por el psicólogo Marc Berman, reclutaron a unas tres docenas de personas y las sometieron a una serie de exámenes rigurosos que además provocan cansancio mental, diseñados para medir la capacidad de su memoria activa y sus habilidades para ejercer un control organizado sobre su atención. Los sujetos fueron divididos en dos grupos. La mitad de ellos pasaron alrededor de una hora paseando en un parque con árboles y la otra mitad pasó un tiempo equivalente paseando en las calles del centro de una ciudad. Los dos grupos fueron examinados una segunda vez. Los investigadores encontraron que los resultados de las personas que habían pasado tiempo en el parque habían mejorado de forma significativa en los tests cognitivos, indicando un incremento substancial de la atención. En contraste, caminar por la ciudad no derivó en ninguna mejora en los resultados de los tests.

Los investigadores realizaron otro experimento similar con otro conjunto de personas. En vez de pasear entre las distintas rondas de pruebas, los sujetos simplemente miraban fotografías de escenas rurales tranquilas o escenas del ajetreo urbano. Los resultados fueron los mismos. Las personas que miraron fotografías de la naturaleza fueron capaces de controlar mejor su atención, mientras que los que miraron escenas de la ciudad no mostraron ninguna mejora en su capacidad de atención. Los investigadores concluyeron que “en suma, interacciones simples y breves con la naturaleza pueden provocar un notable incremento del control cognitivo.” Pasar tiempo en el mundo natural parece ser de “vital importancia” para un “funcionamiento cognitivo efectivo.”

No hay ningún Sleepy Hollow en internet, ningún lugar pacífico en donde la contemplación pueda ejercer su magia restauradora. Sólo hay el interminable e hipnótico bullicio de la calle. Los estímulos de la red, como los de la ciudad, pueden ser vigorizantes e inspiradores. No querríamos deshacernos de ellos. Pero también nos agotan y nos distraen. Tal y como Hawthorne comprendió, pueden fácilmente abrumar los modos de pensamiento más tranquilos. Lo que alimenta la preocupación del científico Joseph Weizenbaum y del artista Richard Foreman es uno de los mayores peligros al que nos enfrentamos; al automatizar el trabajo de nuestras mentes, al ceder el control del flujo de nuestros pensamientos y memorias a un sistema electrónico poderoso, se produciría una lenta erosión de nuestra humanidad.

El pensamiento profundo no es el único que requiere tranquilidad y exige tener la mente atenta. También lo necesitan la empatía y la compasión. Los psicólogos han estudiado durante mucho tiempo cómo las personas experimentan el miedo y cómo reaccionan frente a las amenazas físicas, pero sólo han empezado a investigar recientemente los orígenes de nuestros más nobles instintos. Lo que están descubriendo, según explica Antonio Damasio, director del Instituto USC de Cerebro y Creatividad, es que las más altas emociones emergen de procesos neuronales que son “inherentemente lentos”. En un experimento reciente, Damasio y sus compañeros experimentaron con varios sujetos haciéndoles escuchar historias en las que se describían a personas que experimentaban un dolor físico o psicológico. A estos sujetos se les realizó una resonancia magnética durante la cual debían recordar las historias. El experimento reveló que mientras que el cerebro reacciona rápidamente a las demostraciones de dolor físico- cuando vemos a alguien que está herido, los centros de dolor primitivo en nuestro propio cerebro se activan casi de manera instantánea – el proceso mental más sofisticado de empatía con el sufrimiento psicológico se desarrolla con mucha más lentitud. Los investigadores descubrieron que el cerebro tarda tiempo “en trascender el involucramiento inmediato del cuerpo” y en comenzar a comprender y a sentir “las dimensiones psicológicas y morales de una situación”.

El experimento, dicen los académicos, indica que cuanto más distraídos estamos, menos capaces somos de experimentar las formas más sutiles de empatía, de compasión y otro tipo de emociones. “Para algunos tipos de pensamiento, especialmente para la toma de decisiones morales sobre las situaciones sociales y psicológicas de otras personas, necesitamos un tiempo adecuado de reflexión” advierte Mary Helen Immordino-Yang, miembro del equipo de investigación. “Si las cosas suceden de manera excesivamente rápida, quizás nunca puedas experimentar plenamente las emociones sobre los estados psicológicos de otras personas”. Sería precipitado llegar a la conclusión de que internet está socavando nuestro sentido moral. No sería precipitado sugerir que como la red desvía nuestros caminos vitales y disminuye nuestra capacidad para la contemplación, está alterando la profundidad de nuestras emociones así como nuestros pensamientos.

Hay quienes están animados por la facilidad con la que nuestras mentes se están adaptando a la ética intelectual de la red. “El progreso tecnológico es irreversible”, escribe un columnista del Wall Street Journal, “así que la tendencia hacia la multi-tarea y el consumo de muchos tipos diferentes de información sólo puede continuar como hasta ahora.” Sin embargo no debemos preocuparnos, porque nuestro “software humano” con el tiempo “alcanzará a la tecnología de las máquinas que hizo posible la abundancia de la información.” “Evolucionaremos” para convertirnos en consumidores de datos más ágiles. El escritor de una historia de portada en la revista New York dice que mientras nos acostumbramos a “la tarea del siglo 21” de “encajar” entre bits de información en línea, “el cableado del cerebro cambiará inevitablemente para manejar de forma más eficiente más información.” Quizás perdamos nuestra capacidad “para concentrarnos en una tarea compleja de principio a fin”, pero en recompensa ganaremos nuevas técnicas, como la habilidad para “mantener 34 conversaciones de manera simultánea en seis medios diferentes.” Un destacado economista escribe con entusiasmo que “la red nos permite tomar prestadas fuerzas cognitivas del autismo para ser mejores infóvoros.” Un escritor de Atlantic sugiere que nuestro “trastorno de déficit de la Atención inducido por la tecnología” quizás sea “un problema a corto plazo,” proveniente de nuestra dependencia de “costumbres cognitivas que han evolucionado y se han perfeccionado en una era de flujo informativo limitado.” Desarrollar nuevos hábitos cognitivos es el único enfoque viable para navegar en la era de la conectividad constante.”

Estos escritores están en lo correcto argumentando que estamos siendo moldeados por nuestro nuevo entorno informativo. Nuestra adaptabilidad mental, anclada en los más profundos circuitos de nuestras mentes, da comienzo a la historia intelectual. Pero si están cómodos en sus consuelos, éstos son fríos. La adaptación nos ayuda a ajustarnos mejor a las circunstancias, pero cualitativamente es un proceso neutro. Lo que importa al final no es que seamos apropiados, sino en lo que nos convertimos. En la década de 1950, Martin Heidegger observó que la creciente “marea de revolución tecnológica” podía “cautivar, hechizar, deslumbrar y seducir tanto al hombre que el pensamiento calculatorio podría algún día ser aceptado y practicado como la única manera de pensar.” Nuestra habilidad para involucrarnos en un “pensamiento meditativo”, que él veía como la mismísima esencia de nuestra humanidad, podría ser víctima de un proceso precipitado. El avance tumultuoso de la tecnología, como la llegada de la locomotora a la estación de Concord, podría ahogar las percepciones, pensamientos y emociones refinadas que surgen solamente a través de la contemplación y de la reflexión. El “desenfreno de la tecnología”, escribió Heidegger, amenaza con “atrincherarse en todas partes”

Quizás estemos entrando en la fase final de ese atrincheramiento. Estamos dando la bienvenida al desenfreno en nuestras almas.

Nicholas Carr es el ex editor ejecutivo de Harvard Business Review. Es conocido por su árticulo de portada en The Atlantic en que se preguntaba, “¿Nos está volviendo tontos Google?” Ha explorado esta cuestión en mayor profundidad en su libro más reciente The Shallows: Lo Que Internet Está Haciendo Con Nuestros Cerebros. Carr vive en Colorado y bloguea en roughtype.com

Excerpted from The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains by Nicholas Carr (c) 2010 by Nicholas Carr. Used with permission of the publisher, W. W. Norton & Company, Inc.

Translated by the Translator Brigadestranslatorbrigades@gmail.com

Žižek

Kapita? to rejestr Rzeczywisty naszych czasów.

by
Slavoj Žižek

From Adbusters #96: Apocalyptic Boredom

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Kiedy walczyli?my z AIDS, g?odem, brakiem wody, globalnym ociepleniem itd., zawsze by? czas na refleksj?, na od?o?enie decyzji na pó?niej (czy pami?tacie ostatnie spotkanie ?wiatowych przywódców w Bali, okrzykni?te jako sukces, którego g?ówn? konkluzj? by?o ustalenie daty kolejnego spotkania za dwa lata aby kontynuowa? rozmowy…?) Jednak?e je?li chodzi o kryzys finansowy, po?piech z jakim nast?pi?a reakcja by? bezwarunkowy; sumy o niewyobra?alnej skali wielko?ci musia?y by? znalezione natychmiast. Ratowanie zagro?onych gatunków, ratowanie naszej planety przed globalnym ociepleniem, ratowanie pacjentów cierpi?cych na AIDS i tych umieraj?cych z powodu braku funduszy na drogie zabiegi, ratowanie g?oduj?cych dzieci… to wszystko mo?e jeszcze troch? poczeka?. Zew ‘ratujmy banki’, natomiast, to bezwarunkowy rozkaz, na którego odpowiedzi? musi by? niezw?oczne dzia?anie.

Panika by?a tak absolutna, ?e natychmiast ponadnarodowa i bezpartyjna jedno?? zosta?a ustanowiona, a wszystkie ?ale i urazy mi?dzy liderami zosta?y chwilowo zapomniane w celu unikni?cia katastrofy. Ale co to ‘ponadpartyjne’ podej?cie faktycznie oznacza?o, to to ?e nawet demokratyczne procedury by?y de facto zawieszone: nie by?o czasu anga?owa? si? w nale?yt? debat?, a ci, którzy przeciwstawili si? planom ameryka?skiego Kongresu, byli szybko zmuszeni do dostosowania si? do wi?kszo?ci. Bush, McCain i Obama spotkali si? szybko, t?umacz?c skonfundowanym cz?onkom i cz?onkiniom Kongresu ?e po prostu nie by?o czasu na dyskusje – byli?my w stanie wyj?tkowym, i co? szybko musia?o zosta? zrobione w tej sprawie… I nie zapomnijmy o tym, ?e wznio?le ogromne sumy pieni?dzy by?y wydane nie na jaki? jasny, ‘prawdziwy’, konkretny problem, ale w?a?ciwie po to aby przywróci? zaufanie do rynków, czyli, po prostu, aby zmieni? przekonania ludzi!

Czy potrzebujemy jeszcze jakiego? dodatkowego dowodu na to, ?e Kapita? to rejestr Rzeczywisty naszych czasów, którego nakazy s? o wiele bardziej absolutne ni? nawet najbardziej pilne ??dania naszej socjalnej i naturalnej rzeczywisto?ci?

Slavoj Žižek, Od tragedii do farsy, czyli jak historia si? powtarza.

Translated by Zaneta Stepien – Translator Brigadestranslatorbrigades@gmail.com

Unrestricted Warfare

It has become a truism in Chinese circles that the former Soviet Union spent itself into oblivion by being lured into a competition for military primacy. So rather than trying to match the USA’s military machine plane for plane and bomb for bomb, the Chinese approach is to go for an “asymmetrical” strategy of finding and exploiting the enemy’s soft spots. “Asymmetric warfare” has been voguish in Western military circles for a long time. It has traditionally been used to describe how terrorists can take on and defeat standing armies, in the same way that David took on Goliath. However, the Chinese have taken this debate far beyond the techniques of terrorism. Chinese intellectuals and military planners have created a cottage industry of devising strategies for defeating a “technologically superior opponent” (their preferred euphemism for the USA).

Every year, Chinese military spending goes up by over 10 percent (American intelligence estimates that the real figure is two to three times higher) to fulfill the country’s great-power aspirations. However, its military modernization – which has seen it building ships and submarines, buying fourth-generation combat aircraft and aiming 900 ballistic missiles at Taiwan – has not been about trying to copy or match the US military. The goal is, instead, to find cheaper ways of neutralizing the USA’s military advantage. Instead of rivalling the USA on its own ground, Beijing wants to play the Americans at a different game that Beijing can win.

For example, on Taiwan, rather than vainly seeking military supremacy of the Taiwan Strait, Beijing has sought to increase the price the USA would have to pay to defend the island in a war. Twenty years ago the USA could have adopted a purely defensive strategy by creating a shield around the island. As a result of China’s military modernization, this defensive strategy is now unsustainable. Now the USA would be put in the unenviable position of needing to attack mainland China to defend Taiwan.

China’s activities in space have followed a similar pattern. Beijing’s goal is not to launch a series of star wars against the USA. Instead, it has sought to undermine the US military doctrine by developing weapons which could destroy the satellites which provide so much of the USA’s military intelligence. Like Odysseus, who overcame the Cyclops by blinding him with a burning stake, Beijing’s audacious plan is to blind American troops by taking away their satellite intelligence. Beijing hopes, thereby, to make it impossible for the USA to get involved in a conflict over Taiwan or Japan.

The most interesting aspects of China’s attempt to become an asymmetric superpower are outside the realm of conventional military power. The most detailed explanation of this approach came in a book called Unrestricted Warfare, which shot onto the Chinese bestseller lists in 2001. This book, written by two People’s Liberation Army colonels, attracted attention only among specialists when it was first published in 1999. After Osama bin Laden’s attack on the World Trade Center, however, its thesis seemed visionary. It argues that the American obsession with military hardware is the country’s greatest weakness, blinding its policy-makers to the wider picture of military strategy, which must include the use of economic, legal and political weapons as well. The book sets out a series of strategies for “non-military warfare” arguing that “soldiers do not have the monopoly of war.”

Top of their list is “economic warfare.” Referring to the Asian financial crisis of 1997, the authors speak with awe about the power of international financiers like George Soros to undermine the economies of the so-called Asian Tigers: “Economic prosperity that once excited the constant admiration of the Western world changed to a depression, like the leaves of a tree that are blown away in a single night by the autumn wind.” If a lone individual like Soros could unleash so much destruction simply for profit, how much damage could a proud nation like China inflict on the USA with its trillion dollars of foreign reserves?

Another possibility is “super-terrorism.” In a prescient passage, the authors predicted attacks like Osama bin Laden’s on the World Trade Center two years before they took place. They correctly foresaw that the response of the USA to the attacks would be more damaging to the country’s security than the attacks themselves: “it often makes an adversary which uses conventional forces and conventional measures as its main combat strength look like a big elephant charging into a china shop. It is at a loss as to what to do, and unable to make use of the power it has.”

The most interesting thesis is the idea that China could use international law as a weapon, or “lawfare” for short. The authors argue that citizens of democracies increasingly demand that their countries uphold international rules, particularly ones that govern human rights and the conduct of war. Governments are, therefore, constrained by regional or worldwide organizations, such as the European Union, ASEAN, the International Monetary Fund, the World Bank, the WTO and the United Nations. The authors argue that China should copy the European model of using international law to pin down the USA: “there are far-sighted big powers which have clearly already begun to borrow the power of supra-national, multinational, and non-state players to redouble and expand their own influence.” They think that China could turn the United Nations and regional organizations into an amplifier of the Chinese worldview – discouraging the USA from using its might in campaigns like the Iraq War.

DEFT MOVES AT THE UN

The United Nations is becoming a powerful amplifier of the Chinese worldview. Unlike Russia, which comports itself with a swagger – enjoying its ability to overtly frustrate US and EU plans – China tends to opt for a conciliatory posture. It is prepared to veto things when it has to, but it prefers to hide behind others, and block things without getting the blame. In the run-up to the Iraq War, although China opposed military action, it allowed France, Germany and Russia to lead the international opposition to it. In 2005 when there was a debate about enlarging the United Nations Security Council, China encouraged African countries to demand their own seat with a veto which effectively killed off Japan’s bid for a permanent Security Council seat. Equally, Beijing has been willing to allow the Organization of Islamic States to take the lead in weakening the new Human Rights Council. This subtle diplomacy has been devastatingly effective – contributing to a massive fall in US influence: in 1995 the USA won 50.6 percent of the votes in the United Nations general assembly; by 2006, the figure had fallen to just 23.6 percent. On human rights, the results are even more dramatic: China’s win-rate has rocketed from 43 percent to 82 percent, while the USA’s has tumbled from 57 per cent to 22 percent. The New York TimesUN correspondent James Traub has detected a paradigm shift in the United Nations’ operations: “it’s a truism that the Security Council can function only insofar as the United States lets it. The adage may soon be applied to China as well.” Traub may be right. China’s capacity to influence the United Nations is increasing, and soon we may be complaining about Chinese behavior on big policy issues, rather than saying “if only the USA would act differently.”

  

Mark Leonard’s book What Does China Think? published by Perseus Books, is an insightful and provoking journey into one of the most important and least understood countries of our time.