Rechazar el clicktivismo

El camino a seguir no vendrá a través de las pantallas.

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El mundo necesita desesperadamente una revolución cultural. Mientras algunos de nosotros vivimos esclavizados para producir objetos que no podemos permitirnos, otros se afanan en consumir artículos de lujo que no necesitan. Ninguno de ellos vive una vida satisfactoria, ni es feliz y ambos desempeñan su papel en el continuo expolio y destripamiento de la tierra. La sociedad de consumo se basa en este círculo vicioso que encadena a unos a su puesto de trabajo en la fábrica y a otros a las pantallas de sus cubículos. Es un ciclo crecientemente inhumano que se nos ha ido por completo de las manos, enterrando a la humanidad en el abismo de guerras climáticas y locura cultural. Todo esto ya lo sabemos. Lo que no está tan claro es cómo cambiar esta situación. 

Una respuesta que viene imponiéndose sobre a todas las demás es que el futuro del activismo es online. Deslumbrados por la promesa de  alcanzar un millón de personas con un solo click, la transformacón social se ha puesto en manos de una tecnocracia de programadores y expertos en “social media” que construyen fastuosas y caras páginas webs y campañas virales que amasan millones de direcciones de correo electrónico. Tratando las direcciones de email como equivalentes a miembros, estas organizaciones presumen de su gran tamaño y restan importancia a la pequeñez de su impacto. Lo que importa es la cantidad. Para continuar creciendo, empiezan por consultar a expertos en marketing que les aseguran que las “mejores prácticas” recomiendan elaborar mensajes que atraigan al mayor número de personas. Así los grupos de discusión, tests A/B y encuestas a los socios reemplazan una filosofía fuerte, visión por el cambio radical y cuadro de obstinados militantes. 

 

INo sorprende que sus capañas pronto acaban pareciéndose a la publicidad: la mensajería email es sometida previamente a estudios de mercado y las ratios de clicks dominan cualquier otra consideración. En su afán por la cantidad, se relega la pasión. Sin embargo, a cada día que pasa se les hace más difícil obtener respuesta por parte de sus “miembros”. No tardan mucho en chocar de frente con la lamentable media de la industria de activistas online: menos de uno de cada veinte de sus miembros hace click en sus emails, el resto simplemente los borra. (Es un secreto a voces en las organizaciones progresistas de Bay Area que una tasa de respuesta de un 5% es lo normal). Así pues, a pesar del tamaño masivo, colosal de sus listas, tan solo pueden contar con movilizar una minúscula respuesta para cualquiera de sus acciones. Para incrementar los índices de clic, diluyen sus mensajes y hacen sus “preguntas” más sencillas y sus “acciones” más simples. En seguida, la decepción del “clique para firmar” queda atrás y el mero hecho de abrir un email se considera una firma de la petición. Y aún así, a medida que su lista de miembros engorda, la porción activa de sus bases desaparece. Y lo que es peor, a medida que activistas digitales bien intencionados descubren esto, se les va dejando atrás por campañas publicitarias poco honestas que los presentan como verdaderos agentes del cambio.  

Así pues, nos encontramos con la extraña situación en que la famosa organización internacional contra el cambio climático TckTckTck, con más de 10 millones de miembros y 350 organizaciones asociadas – incluyendo Greenpeace, 350, WWF, OXFAM, etc – está en manos de Havas Worldwide, la sexta mayor empresa publicitaria del mundo. Entre los clientes de Havas se encuentran Wal-Mart, Coca-Cola, Pfizer, BP y el resto de los que cabe culpar por todo esto. 

Al poner el activismo en manos de tecnócratas, hemos hecho un flaco favor a la noble tradición de agitación revolucionaria que ha traído a la humanidad todo desarrollo igualitarista. Hemos cambiado la dificultad de comprometerse en las luchas del mundo real por la comodidad de enviar emails y hacer click en links. Y digo esto a sabiendas de que los activistas-digitales lo suscriben y que la nueva generación está ansiosa por ofrecer sus servicios, proclamándose como los pioneros del puntero campo consistente en convertir direcciones de correo electrónico en cuerpos en la calle. Pero debemos resistir su supuesta condición de expertos en la materia y sus éxitos definidos por la cantidad. El camino a seguir no vendrá a través de las pantallas. 

El activismo, correctamente entendido, persigue la revolución atacando los problemas de raíz. Sostiene una crítica esencial de la sociedad que no puede ser resuelta, o recuperada, sin un profundo cambio cultural.  Cada era debe encontrar y afinar la crítica y usarla con persistencia para atacar repetidamente el orden social existente. La crítica esencial de nuestra generación es la perspectiva del medioambientalismo mental que concibe el consumismo como una plaga sobre la tierra retroalimentada por la polución mental de los publicistas. 

El futuro del activismo no es online; es una insurrección espiritual contra la contaminación mental. Y eso comienza por apagar nuestras pantallas. 

Micah es un Editor Colaborador de Adbusters y un activista independiente. Vive en Berkeley y está escribiendo un libro sobre el futuro del activismo. www.micahmwhite.com o micah (at) adbusters.org. 

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