Realismo Ecológico

La ciencia, nos prometieron, resolvería todos nuestros problemas ecológicos.

by
André Gorz

From Adbusters #93: The Big Ideas of 2011


Armando Alvarez

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El crecimiento económico, del cual se suponía que era capaz de garantizar la prosperidad y el bienestar de todo el mundo, ha creado necesidades más rápido de lo que podía satisfacerlas, y nos ha metido en una serie de callejones sin salida que no son de carácter meramente económico. El crecimiento capitalista está en crisis pero no sólo porque es capitalista sino porque se está topando con límites físicos. Es imposible imaginar paliativos para cualquiera de los problemas que han originado la crisis actual. Pero lo que la hace diferente es que será inevitablemente agravada por cada una de las sucesivas y parciales soluciones aparentes a dichos problemas. 

Aunque posee todas las características de las clásicas crisis de sobreproducción, la crisis actual posee además un número de nuevas dimensiones que los marxistas, salvo raras excepciones, no preveyeron y que lo que hasta ahora se ha entendido por "socialismo" no resuelve adecuadamente. Es una crisis de la relación entre la esfera individual y la económica como tales; una crisis en el carácter del trabajo; una crisis en nuestras relaciones con la naturaleza, con nuestros cuerpos, con nuestra sexualidad, con la sociedad, con las generaciones futuras, con la historia; una crisis de la vida urbana, del hábitat, de la práctica médica, de la educación, de la ciencia. 

Sabemos que nuestro actual modo de vida no tiene futuro; que los niños que traeremos al mundo no usarán durante su vida adulta ni petróleo ni un número de metales que hoy nos son familiares; que si los actuales programas nucleares son implementados, las reservas de uranio habrán sido agotadas para entonces. Sabemos que nuestro mundo se está acabando; que si seguimos como antes, los océanos y los ríos serán estériles, la tierra infecunda, el aire irrespirable en las ciudades y la vida un privilegio reservado para los especímenes seleccionados de una nueva raza humana, adaptada por el condicionamiento químico y la programación genética para sobrevivir en el nuevo nicho ecológico, forjados y sostenidos por la ingeniería biológica.

Sabemos que durante ciento cincuenta años la sociedad industrial se ha desarrollado a través de un acelerado saqueo de las reservas naturales cuya creación requirió decenas de millones de años y que hasta hace muy poco los economistas, tanto clásicos como marxistas, han rechazado como irrelevantes o "reaccionarias" las cuestiones relativas al futuro a largo plazo – tanto del planeta como de la biosfera y de la civilización. "A largo plazo todos estaremos muertos" dijo Keynes, afirmando sarcásticamente que el horizonte de un economista no debería exceder de los 10 o 20 años. La "ciencia", nos aseguraron, encontrará nuevos caminos; la ingeniería descubrirá nuevos procesos que hoy no podemos ni tan siquiera soñar. 

Pero la ciencia y la tecnología han acabado por hacer este descubrimiento central: toda la actividad productiva depende de tomar prestados los recursos finitos del planeta y de organizar una serie de intercambios con el frágil sistema de equilibrios múltiples.

El objetivo no es deificar la naturaleza o "volver" a ella, sino tener en cuenta un simple hecho: la actividad humana encuentra sus límites en el mundo natural. Ignorar estos límites desencadena una violenta reacción cuyos efectos ya estamos sufriendo en formas concretas  si bien generalmente incomprendidas: nuevas enfermedades y formas de mal-estar, niños inadaptados (¿pero inadaptados a qué?), decreciente esperanza de vida, decrecientes rendimientos físicos y resultados económicos y una decreciente calidad de vida a pesar del aumento de los niveles de consumo material. La respuesta de los economistas hasta ahora ha consistido esencialmente en tachar de "utópicos" e "irresponsables" a quienes han centrado su atención en los síntomas de la crisis en nuestra relacíon fundamental con el mundo natural, una relación en la cual se basa toda actividad económica. El concepto más atrevido que la moderna economía política se atrevió a concebir fue el de "crecimiento cero" en el consumo físico. Solo un economista, Nicholas Georgescu-Roegen, ha tenido el sentido común de señalar que, incluso con crecimiento cero, el consumo contínuo de recursos escasos resultará inevitablemente en su completo agotamiento. El objetivo no es abstenerse de consumir más y más, sino consumir menos y menos – no hay otra forma de conservar las reservas disponibles para las generaciones futuras. En esto consiste el realismo ecológico. 

La objección estandar es que cualquier esfuerzo para poner freno al proceso de crecimiento o para reservarlo perpetuará o incluso empeorará las desigualdades existentes y provocará un deterioro en las condiciones materiales de vida de quienes ya son pobres. Pero la idea de que el crecimiento reduce la desigualdad es incorrecta – las estadísticas demuestran, por el contrario, que lo opuesto es cierto. Se objetará que estas estadísticas se aplican sólo a los países capitalistas y que el socialismo produciría una mayor justicia social; ¿pero por qué debería ser necesario entonces producir más cosas? ¿No sería más racional mejorar las condiciones de vida y su calidad haciendo un uso más eficiente de los recursos; produciendo cosas diferentes de forma diferente; eliminando resíduos; y negándonos a producir socialmente aquellos bienes que son tan caros que nunca podrán estar al alcance de todos o que son tan engorrosos y contaminantes que sus costes superan sus beneficios así se hagan disponibles para la mayoría?

Los radicales que se niegan a examinar la cuestión de la igualdad sin crecimiento meramente demuestran que el "socialismo" para ellos no es nada más que la continuación del capitalismo por otros medios – la extensión de los valores, estilo de vida y patrones sociales de la clase media que los miembros más ilustrados de esa clase, bajo la presíon de sus hijos y hijas, ya han comenzado a rechazar.

Hoy la falta de realismo no consiste en abogar por un mayor bienestar a través de la inversión del crecimiento y la subversión del estilo de vida imperante. La falta de realismo consiste en imaginar que el crecimiento económico aún pueda provocar mayor bienestar humano – y que de hecho eso sea siquiera físicamente posible. 

André Gorz, en Economía como Política. Filósofo y periodista francés, rehusó oponerse al despliegue de misiles de EE.UU. en Alemania del Oeste en 1983, como reproche a los movimientos pacifistas con los que anteriormente se había alineado.

Traducido por las Translator Brigades – translatorbrigades@gmail.com – ¡Ayúdanos a traducir Adbusters! / Help us in translating Adbusters!

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